Hay momentos en los que me vivencio como un vaso. Distingo que al ser como un vaso estoy abierto para recibir y para entregar. Y siento que lo que contengo he de servirlo, sino se estanca y se pudre, aunque a veces de esa misma podredumbre emerja la vida, como bacterias que me anuncian que estoy vivo y que hay algo moviéndose en mi interior.
Soy como un vaso lleno y a veces también vacío, seco. Pero siento que ese estar vacío me convierte en un recipiente de sentido, pues ¿cómo se puede llenar un vaso si no está antes sin ningún contenido?
Soy como un vaso, si, y a veces noto que estoy tapado. Como no queriendo que algo ingrese o que algo salga, o no queriendo que el resto vea hacia mis adentros, ni siquiera yo mismo. Descubro que un vaso tapado algo protege, algo cuida, aunque me pierda de dar y recibir, pero, ¿qué es dar y recibir sino vivir?
Soy como un vaso de vidrio grueso, pero estoy algo rajado, algo quebrado. Sin embargo reluzco cuando mi contenido brilla entre mis grietas, como gotas que limpian y que sanan. Soy como un vaso y a veces me desbordo y me rebalso, y salpico al resto con lo que llevo dentro, a veces hirviendo, a veces helando.
Soy como un vaso de vidrio que por momentos me dejo ver en mi transparencia, aunque tenga algo de polvo pegado en mis paredes y en mi profundidad. Es que en algún momento también fui como una maceta, y algo bello floreció y se esparció. Es así que algo de tierra ha quedado, como abono que nutre y que late, y por eso esa tierrita es mi corazón.
Soy ese vaso que te espera paciente a que lo tomes y al beber de mí crezcas, y también que dejes algo de ti en mi interior: una semilla para mi tierra, para poder ser mejor.
Alejandro Salomón Paredes
Director CPL
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