Hoy estuve en terapia con un muchacho de quince años, trabajando en la responsabilidad, ayudándolo a tomar mayor conciencia de su papel en sus estudios y en casa; y ayudándolo también a construir un proyecto de vida. Se me ocurrió mostrarle un video en internet. Al ver el video, me descubrí emocionado, conmovido, sensible ante la temática de la escena: la dignidad. Podía ver mis lágrimas ahí en la parte baja de mis ojos, acumulándose. Sentí miedo, miedo a que caigan. Me encontré luchando, censurado por mí mismo a ser humano. ¿Qué pensará el si me ve? ¿Que soy débil acaso? Y distinguí que eso ya yo lo vengo pensando. Así me sentí, vulnerable, abierto. Y me encontré inauténtico, poniendo un dique a un fluir emocional que emergió y que en ese momento era. La escena continuaba avanzando y el miraba la pantalla de la laptop, mientras yo seguía juntando lágrimas, respirando hondo y peleando para no ser yo.
De pronto, la autocomprensión dio lugar a una autorregulación. Parpadeé, consciente de que caerían mis lágrimas. Elegí no llevarme la mano a los ojos para secarlos. Solo seguí mirando la escena, ya sin revisarme en lo más mínimo. Solo sintiendo. Como un baldazo de agua fría. Como una noticia que me llega de pronto y a la vez que me duele me alivia. Se acababa el video. Y ahí estaba yo frente a él, a punto de hablar, con mi voz quebradiza.
Al terminar, cerré la laptop y nos miramos a los ojos. El los tenía enrojecidos, llorosos. Quizá había logrado mi objetivo: que se deje tocar. Y sin quererlo también yo fui tocado, justo en un contexto donde siempre busco que se despliegue lo humano de los otros, y yo estaba peleándome conmigo mismo disfrazado con un rol, para no ser genuino, para no sentirme débil. Pero ese era mi momento, a mi ritmo y a mi tiempo. Y está bien. Solo atiné a decirle que por favor me pase un pañuelo de papel, y que esa escena me conmueve, que me toca el alma. El me miró conmovido, sorprendido. Le pedí otro pañuelo de papel. Nos quedamos unos segundos en silencio. ¡Qué instante! Sentí que mis lágrimas tenían una pasión guardada, y descubrí que mostrarme así era ser yo mismo, y no tiene nada de malo, ni de débil, ni de inadecuado.
En la clase de logoterapia de ayer trabajaba con un alumno en su autenticidad. Hoy me permití vivir la mía, frente a un Tu que me acogió con ojos llorosos, diciéndome con sus lágrimas que somos personas, y que sentir es humano. Siento que ambos crecimos juntos hoy, un poco más. Es el sentido que le puedo encontrar.
Alejandro Salomón Paredes