La vida es como ir a caballo, y yo soy el jinete. Ahí están las riendas colgando, esperándome. Si no las tomo mi caballo no avanza, o se moverá sin rumbo. Puede que se mueva hacia la izquierda, y yo quejarme de que se mueve hacia la izquierda. De pronto va hacia la derecha, y yo quejarme de que va para ese lado. Pero, ¿y yo qué hago? Las riendas están ahí, pero no las tomo, o creo que no las hay. ¡Caballo torpe, caballo malo, caballo injusto! es mi reclamo, y así no soy responsable. Es mi caballo, es mi sendero, son mis propias riendas las que no veo.
¿Cuál es el riesgo de cogerlas?, ¿ir por el camino equivocado?, ¿no saber cómo hacer para cabalgar yo solo?, pero si no las tomo, ¿qué camino habrá para recorrer, acertado o no?, ¿y cómo aprenderé sin el vacío y la angustia de no saber? También puedo seguir quejándome con mi caballo, pero toda queja es una irresponsabilidad, un no asumir lo fundamental: son mis riendas, es mi camino, y de nadie más.
Mi sendero me llama, lo valioso que hay en él me atrae, porque me espera. ¡Ah camino lleno de sentido y también de peligros! Otros jinetes pasan por mi lado en sus caballos, transitando sus propios trayectos, levantando polvo. Algunos sonrientes y algunos tristes, mientras otros me miran y me dicen: “vamos”. En mi está en todo momento la decisión, hay un par de riendas que cuelgan y mis manos que tiemblan. Toca elegir, porque se bien que aunque trate no puedo escapar de mí.
Caballo recio y hermoso, hoy le agradezco, y elijo conducirlo. Ya conocemos en parte el camino, lo ya recorrido, y allá vamos hacia lo incierto, hacia lo desconocido. Acaricio su crin mientras voy cogiendo las riendas. Relincha como sabiendo que entramos en movimiento, que él y yo somos uno para asumir este riesgo. Relincha y se levanta como saludando que estoy vivo, y que desde mi libertad me animo a ser yo mismo. A fin de cuentas es mi propio caballo, y soy mi propio destino.
Alejandro Salomón Paredes