Ayer llegó a mi consultorio una persona afligida buscando terapia. Una señora que transitaba un duelo por la muerte de su mayor hijo de doce años, el pasado 31 de Diciembre. Su ropa negra iba a la par de su semblante, apagado, triste, dejando ver el vacío que quedaba ahora. En medio del dolor que yo sentía con su dolor, solo opté por acercarme más, tocarle las manos y decirle que no hay necesidad de terapia alguna, ya que lo que está sintiendo es lo que le toca vivir. La tristeza no es depresión y el dolor no es neurosis. En un momento, al percibir lo que sentía yo junto a ella, me dijo secando sus lágrimas que no quería dar pena (como a mi), que quería verse fuerte ante su familia, ante los demás. Este es su momento, y está bien.
Más tarde me puse a reflexionar sobre el no querer dar pena de aquella señora, el no querer que otros sientan tristeza con su tristeza auténtica. ¿No es acaso la misma palabra “dar” la que nos acerca al sentido de ese acto humano? Entregar mi pena y desplegar lo humano en el Tu, que se deja tocar por mi dolor, es una manifestación plena de amor, de permitirme ser totalmente frente a otra persona y de ese otro que se conmueve porque es humano y siente también. Es una conexión entre dos espíritus que sienten y se saben dolientes. Y si es al contrario, la pena del otro resuena en mi ser haciéndome consciente de su dolor y de mi propio sufrir, de que estoy vivo, de que soy humano, y que una pena compartida cobra sentido en aquel hombro que se ofrece, o en aquellas lágrimas que me dicen que no estoy solo, y que no soy el único que sufre, y que con todo y el sufrimiento podemos trascendernos para darnos nuestras penas y acogerlas, que es una forma de darnos y acoger nuestro amor.
Hoy que me siento triste elijo darte pena, no para que me salves tapando algún vacío con tu atención o afecto, ni para que cargues lo que a mí me toca soportar, sino para tan solo estar juntos en el dolor que nos hace humanos y hermanos. Y te lo agradezco.
Alejandro Salomón Paredes
Director CPL
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