Cuando me quiebro mi debilidad se convierte en mi valentía, me hago auténtico y me libero. Es un acto de amor en el que me doy permiso de ser yo mismo. Cuando me quiebro no se quiebran mi valor o mi dignidad, sino más bien mi coraza, mi armadura, con la que huyo o lucho tratando de eliminar o negar la verdad que son mi dolor y mi angustia. Por eso cuando me quiebro salgo al mundo como rayos de luz que se filtran entre las grietas de un grueso muro, que se derrumba en una explosión luminosa que de a pocos va trayendo claridad. Cuando me quiebro me arriesgo, me expongo a que alguien o algo me toque el moretón que tanto me duele, y descubro que en la vida, que es afuera, pasa de todo, y que el sufrimiento solo enseña si me permito vivirlo a plenitud, es decir, si permito que me pase.
Quebrarme es quebrar mi modo de ser incoherente y sin sentido. Y es que
la “fortaleza” que muestro al resto cobra un precio tremendo en la inautenticidad, donde no me siento libre. Es como cargar un peso inmenso, el peso de no asumir que soy humano y que sufro, y que negar lo que es solo adiciona una angustia innecesaria. Es el moretón que tanto protejo, tanto que está apretado e igual duele, y duele peor.
Cuando me quiebro le digo si a mi vida, manifestada en un Tu que me puede acoger y en un Yo que se entrega y ve pasar el sufrimiento como nubes grises que se desplazan, porque realmente el cielo no es estático y todo cambia, todo pasa. Al quebrarme salgo, y al salir puedo ver lo que hay fuera y no veía por estar
prisionero de mi propia armadura, observando todo por una rendija, sin sentir el encuentro con los valores, sin poder tocar el mundo sino solo a la armadura misma, con la que no me permito ser humano.
Felizmente aprendí a quebrarme, a dejar que se rompa la máscara en pedacitos y dejarme ver. Prefiero cargar con mi angustia así nomás, porque con la armadura puesta el sufrimiento pesa más.
Alejandro Salomón Paredes
Director CPL
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