Sabemos gracias a Viktor Frankl que la manifestación de la persona a través de la personalidad puede quedar restringida por ciertos condicionamientos, ya sean biológicos, psicológicos o sociales. En este sentido, cuando las otras personas no son como esperábamos que fueran con nosotros, nos frustramos. Esta frustración puede desencadenar en un vacío afectivo que empuja al hombre a estar «resentido». Este es un condicionamiento psicológico que limita la expresión de la persona como ser amoroso
que se intenciona hacia otros seres con amor, y que es capaz de encontrar sentido incluso en lo frustrante y doloroso del vínculo con el otro.
Desde el resentimiento es imposible captar el valor del Tu (lo valioso de su persona), y es imposible encontrar sentido a la vivencia dolorosa con esa persona. Nos resentimos desde el ego, desde las expectativas frustradas, desde la necesidad de que los otros sean perfectos para nosotros. Las expectativas son argumentos de la dimensión psicológica para mantener la distensión, para que todo marche bien. Espero que seas de tal forma para no sentirme frustrado, para no sufrir. Es una suerte de acto instintivo que busca el bienestar. Solo el acto espiritual específicamente humano de elegir aceptar la frustración y renunciar a las propias expectativas moviliza el amor latente hacia afuera, hacia el encuentro con el otro, sujeto de su resentimiento. Este amor se hallaba restringido por lo psíquico, con las puertas cerradas hacia el mundo. Cuando se abren emerge el amor manifiesto en forma de perdón y reconciliación.
El perdón es entonces una muestra de permeabilidad de la personalidad para que emerja y salga la persona espiritual hacia el mundo, hacia el Tu, para que el amor que la persona misma es, se exprese con libertad, por encima de las necesidades psíquicas y afectivas. Precísamente a partir de esta aceptación y renuncia es que tales necesidades quedan satisfechas, cuando la persona encuentra el sentido y se enriquece con la vivencia que le generó sufrimiento y frustración. El ser humano no solo está pues empujado al bienestar, sino, como dice V. Frankl, intencionado hacia los valores y el sentido.
Con mucha razón señala Elisabeth Lukas que el neurótico tiene una incapacidad para el amor, en la medida en que desde lo psicológico queda restringido, bloqueado, sin salir de sí ni ir más allá de sí. El perdón involucra no solo aceptación y renuncia de sí mismo, sino también el captar lo humano del otro, en su carácter de imperfecto, de un ser amoroso y limitado también. Solo sacando nuestras barreras protectoras es que podemos encontrarnos de verdad, en la dimensión de lo auténtico, de lo libre.
Alejandro Salomón Paredes
Psicólogo – Psicoterapeuta
Director CPL
