Una pérdida es un dejar de tener, y solo podemos dejar de tener aquello que es de nuestra propiedad. Podemos sufrir por perder dinero, bienes, salud, ideas. Es humano sufrir por ya no poseer. Pero, ¿qué pasa con las pérdidas de seres humanos? Es uno de los sucesos más dolorosos, sobre todo aquellas relacionadas con la muerte. Aunque, ¿hablamos aquí realmente de una pérdida? Lo cierto es
que no podemos perder a alguien que nunca tuvimos, que más bien estuvo junto a nosotros. Ese alguien no fue un objeto, no nos sirvió para algo específico, solo nos compartió humanamente su existencia. Nuestra relación no estuvo dentro del terreno del tener, del horizonte de la posesión (si así fuera sería algo neurótico). Está por encima, en la dimensión del espíritu.
En tal encuentro amamos y también nos confundimos y nos creemos dueños, poseedores del Tu, ¡con que derecho! Quizá con el mismo derecho a sufrir cuando sentimos que ya no le tenemos. Amamos desde lo incondicional y poseemos desde el miedo. ¿A qué le tememos sino a ya no percibir con los sentidos al ser amado?, ¡si todo lo vivido ya es eterno y ni nos damos cuenta! Es un error terapéutico entonces trabajar en dejar partir, en soltar, ya que solo se suelta lo que se puede tener y retener. Acá toca despedirse, decir adiós diciendo a la vez hasta siempre. Toca aceptar el dejar de estar junto al otro y pasar a sentirlo vibrar en nuestros corazones.
¿Pero por qué es que sentimos esta partida como una pérdida? Quizá porque la presencia sensible del otro nos brindaba algún equilibrio, alguna seguridad existencial. Es tan terrible como natural angustiarse y sufrir porque no volveremos a sentir a ese otro, y solo se va hallando sentido a la situación en la medida en que se le acepta y se capta lo valioso a pesar del dolor, brindando coherencia y enriquecimiento a la vida propia. Esto es llegar a sentir la presencia del Tu en su ausencia, conscientes de que nunca fue nuestro, fue solo de sí mismo, y rescatando cada momento lleno de los dos. ¿Acaso porque ya no está junto a nosotros le hemos dejado de amar o le amamos menos? Esto es prueba de que el espíritu es capaz de trascenderse vibrando en un otro, haciéndose eterno. Como diría Viktor Frankl nada ni nadie nos puede quitar las vivencias con ese otro ser amado, eternizadas porque fueron alguna vez y ahora son en el pasado. Es cuestión de intuir y aceptar que nuestros caminos se han separado y que aunque estuvieron juntos nunca hubo uno dentro del otro ni fueron uno solo. Fueron dos que se acompañaron.
Alejandro Salomón Paredes
Director CPL
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